Albor de primera Humanidad, que en un pesebre recogido, guía de los hombres el obrar; Eterno amor del Dios nacido. Llanto que a todas las naciones, inspiró un primer suspiro; y dio a los hombres pescadores, y fue de pobres el pan vivo. Por cobijo, las estrellas por anfitrión quiso al vacío, por vestido unos pañales, por abrigo tuvo el frío. Allí, sonriente, guarda el Justo, a sus pies duerme el Ungido; En su abrazo, Inmaculada, y todo el orbe por testigo. Es custodia del Dios niño la mano que le mece; Y amor que en su cariño, la tierra no merece. Postración que salva, y humildad que enaltece; Dolor que calma, y miseria que agradece. Compaña de parias y hedores llorando al Señor de señores; Pastores y reyes, ambos por igual, expectantes las criaturas, y la corte celestial. En la aurora de los tiempos, Dios lloró sin desazón, y entre pajes y ronzales, le entregué mi corazón.
Imagen: W. A. Bouguereau
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