Sepulcro de piedra y gloria, tumba y trono de nuestro Dios; Aquel que por cruz y espanto, Cruz de Amor, murió por nos. Muerte de Vida y Gracia, en la creación suya ungida; Dolor que cura y salva, a una Humanidad perdida. Luz que eclipsó a la aurora, Esperanza nunca rendida; Tú, motivo del que llora, Tú, sustento del que viva. Sangre preciosa derramada, por yo mismo, que soy nada, entre un viernes negro llanto, y un domingo de madrugada. Un Dios que al fin triunfó, vestido de carne y llaga; clavado, solo, muerto y libre, porque libre es el que ama.
Imagen: William-Adolphe Bouguereau, Les saintes femmes au tombeau
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