Aunque lamentable, la escena vivida el jueves en Navarra con motivo de la procesión de San Fermín no deja de ser repercusión lógica de una serie de decisiones (cada cual juzgará si buenas o malas en función de sus intereses) tomadas a lo largo de los últimos veinte, quizá treinta años.
Para los no afectos a curiosear la actualidad, un grupo compuesto de centenares de nacionalistas radicales han acosado, empujado y agredido a la procesión, dando especial dedicación en ultrajar al alcalde y su equipo de gobierno. Como no podía ser de otra forma, pues este tipo de actos son comunes allí, la policía local se ha visto desbordada y han sufrido varios heridos a causa de los objetos arrojados por estos energúmenos.
Hasta aquí, la síntesis de lo sucedido. Me gustaría poder analizar en mayor profundidad, pero soy un hombre sencillo. Hablo de lo vivido o, como mucho, de la experiencia de terceros muy allegados. Como no es el caso, me voy a limitar a otro aspecto.
Algo que me coja más cerca.
Como decía más arriba, este ultraje no deja de ser una flor germinando de las semillas plantadas hace décadas. Una de ellas, el repulsivo dogma de fe progresista en contra de la violencia. Aunque resulte un pensamiento un tanto disonante con la realidad observada. Permitidme una explicación algo más extensa.
La violencia lleva décadas siendo denostada de forma constante en los colegios, institutos, universidades, medios de comunicación. El Estado, sabedor de cómo una sociedad puede rebelarse contra sus medidas injustas sólo mediante el uso de la fuerza y los números, ya se ha encargado con mucho cuidado de confeccionar una compleja red de adoctrinamiento cuyo objetivo no es otro que la formación de ciudadanos mansos, apacibles, inermes. Inofensivos. Y es un método de sobrada eficiencia.
No obstante, la violencia forma parte del ser humano, de su más íntima naturaleza. Por mucho que se reprima, acaba aflorando. En algunos individuos más. Sobre todo cuando, desde las propias instituciones (y también desde el Estado), se justifica la violencia en la «lucha contra el fascismo». La única válvula de escape aceptable para la intrínseca necesidad del ser humano de hacer daño es el enemigo político.
Así se consigue un doble resultado positivo para el gobernante: por una parte, consigue una masa de ciudadanos inofensivos. Por otra, obtiene un núcleo duro de elementos dispuestos a ejercer la violencia siempre contra sus adversarios. Para los poderosos no existe una situación mejor. Y explica lo sucedido el jueves.
No obstante, olvidamos en ocasiones los demás efectos perjudiciales de esta impecable estrategia. No sólo para nosotros como individuos, sino también para nuestra sociedad. De nuevo, Navarra es ejemplo.
Si la violencia sólo está justificada contra el «fascismo», las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado no pueden ejercerla contra quienes luchan esa batalla. Es decir, los garantes de nuestra seguridad, aquellos en quienes depositamos nuestro legítimo derecho a ejercer la violencia, se encuentran con las manos atadas contra ellos. Observad cómo intervino la Policía Local en Navarra. Manitas cogidas, muchos de los agentes dando la espalda a los violentos, expresiones de pasmo. De miedo.
Sucede también en el día a día de los ciudadanos. En concreto, entre los más jóvenes. Educados para ser sumisos, cuando se enfrentan a la realidad en forma de carterista, navajero, delincuente común o cualquier situación violenta, quedan pasmados. Miran a ambos lados, buscando la cámara oculta. Al adulto. En el mejor de los casos, sacan el móvil para grabar o entonan el ya convertido en escarnio humorístico «¡eh!».
Convendría explicar a toda esta gente, varias generaciones adoctrinadas para ser el ciudadano modelo del poderoso, qué es la violencia.
En el ámbito social y político, la violencia es solo una herramienta. Un medio para un fin. Como una sierra radial o un martillo. Incluso como un arma de fuego. No es buena o mala de forma intrínseca, sino por el uso otorgado. Empuñar un arma te puede convertir en un héroe o en un terrorista en función del fin con el que se utilice. Por eso es importante dotar a los jóvenes de fuertes valores morales, en parte. Para evitar que ejerzan la violencia de forma indebida.
No obstante, el nihilismo y el relativismo moral nos han llevado a caer en las zarpas de la dialéctica dogmática estatal sobre el uso de la violencia. Quizá sea un tema para otra columna.
De momento, dejaré está aquí. Recordándoos que un hombre incapaz de ejercer la violencia no es un pacifista, sino un hombre indefenso. Y el hombre indefenso carece de valor.
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No sigas a Víctor Torres en Twitter, le han suspendido la cuenta.
Aunque últimamente asoma la patita en Instagram: @vtorresalonso
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