Vierte arena, amiga sepulturera,
que de mi cuerpo poco hay que salvar
y mi alma se esfumó hace una primavera.
Entiérrame y no te fustigues hasta llorar.
Este hombre nunca fue hombre
y no merece ser llorado.
Aunque si insistes, búscame en el bosque,
ese páramo que es un templo a mis pecados.
Y junto al hielo y la nieve, de un árbol
verás pendiente mi corazón malparado,
en él se encuentra mi réquiem amargo,
y a su armonía podrás llorar largo.
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