Una de las principales rupturas revolucionarias que supuso el cristianismo es la de considerar a Dios como padre. Esta afirmación, que ya empieza a ser recurrente en esta casa, hoy toma especial relevancia porque se celebra el día del Padre, el día de san José.
No es que el Antiguo Testamento no esté sembrado de referencias a la figura paterna, sino que en el Nuevo se abre una nueva realidad; del «como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen» al «Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo».
El paralelismo entre una buena relación con Dios y una buena relación con nuestro padre es virtuosamente palpable: la extrema importancia de la figura paterna es tan evidente que no sorprende que sea una de las más atacadas en nuestra sociedad. Un hijo al que se le priva del ejemplo de su padre, es un hijo que no tendrá referencias, o las tendrá erróneas, a la hora de construir su identidad masculina, lo que le condenará a una vida de inseguridad, agresividad, temor y dependencia. De la misma forma, nuestra relación con Dios en muchos casos determinará la prudencia, seguridad y templanza con la que nos enfrentamos a las circunstancias de nuestra vida.
El padre debe educar al muchacho en el buen camino: cuando llegue a viejo seguirá por él. Castigar a los hijos cuando proceda, porque si se ama, se corrige a tiempo. Pero sin exasperarlos ni provocar su ira, no sea que pierdan el ánimo. El padre debe perdonar, movido por la misericordia, y cuando aún esté lejos el hijo, salir corriendo hacia él y abrazarlo. Ser ejemplo de virtud, y así los hijos serán su honra y su corona.
El hijo debe honrar y obedecer a su padre para que se prolonguen sus días en la tierra, apreciar sus correcciones, escuchar la reprensión; siempre tenerlo en cuenta y no despreciarlo en su vejez.
Ya en el terreno personal, es curioso porque a estas conclusiones uno ha llegado al ser padre, no antes. Y es que el hecho de ser padre, en ocasiones le cambia a uno la relación que se tiene con el propio padre. Fue en el nacimiento de mi primer hijo cuando, sin haberlo anticipado, mi cerebro hizo clic y entonces comprendí lo que de verdad había sido mi padre para mi.
Mi padre ha sido duro cuando ha tenido que serlo, aunque yo entonces no lo entendiera. Ha castigado cuando ha debido, aunque yo entonces me rebelara. Ha preservado mi ánimo, me ha estimulado a seguir su ejemplo. Ha sabido perdonar aún los desprecios más dolorosos, y me ha abrazado fuerte incluso cuando, aún sin saberlo, era lo que más necesitaba. Ha sido ejemplo de entrega a su familia, siempre hacia delante, pudiendo con todo. Ha amado siempre y sin reservas. Y lo mejor de todo esto es que no solo lo ha sido, sino que lo sigue siendo, cada día.
Desde aquí no sólo quiero reconocer su figura, sino la de todos los padres que han antepuesto su familia a su propio «yo». En esa entrega desinteresada es donde se puede encontrar la verdadera realización que tanto se busca ahí fuera.
Hijos, abrazad hoy a vuestros padres. Queredlos mucho.
Padres, nos desfallezcáis en vuestra tarea. San José, no siendo el verdadero padre de Jesús, asumió la tarea de protegerlo y proveerlo. Hoy vuestro empeño es más necesario que nunca. Daos por entero a vuestros hijos.
Y muchas felicidades.
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